Un parásito que vive en las hojas y las raíces de la vid fue el causante de la mayor plaga vinícola que se recuerda, marcando un antes y un después en la historia vitícola del planeta.
La plaga de la filoxera se desarrolló durante el último cuarto del siglo XIX y principios del siglo XX y tuvo una amplia incidencia en Europa y España. El causante de todo fue un insecto, la phylloxera vastratix (hoy conocida como dactylasphaera vitifoliae), una especie de pulgón diminuto que se fija en las hojas y en las raíces de la vid, y va chupando la savia de las plantas. Se multiplica muy rápidamente lo que provoca que aunque la cantidad de savia que cada parasito chupe es muy pequeña, los insectos acaban lesionando la raíz de la vid y la planta acaba muriendo.
La filoxera llegó a Europa entre los años 1832 y 1840, entrando por Francia, en la zona de Languedoc. Tuvo su origen en la importación de vides del continente americano que eran portadoras del mosquito y contra el cual, las cepas europeas no tenían ninguna defensa. De allí, la filoxera comenzó a extenderse primero por toda Europa y finalmente por todo el mundo, salvo casos muy especiales como el de Chile.
En España, durante la década de 1870, la filoxera entra por tres focos, Oporto, Málaga y Gerona. Del ataque de este insecto tan sólo se libraron los viñedos canarios y algunas zonas especialmente aisladas y con suelos arenosos que dificultaron el desarrollo de este devastador insecto que ataca las raíces de la vid.
Su expansión fue tan dramática que marcó un antes y un después en la historia vitícola del planeta, tanto que estuvo a punto de terminar con el cultivo de la vid en toda Europa. Se hicieron un gran número de investigaciones destinadas a encontrar una solución al problema. El método que tuvo éxito y es el que hoy en día se sigue utilizando es la plantación de raíces provenientes de vides americanas (vitis labrusca, rupestri, riperia…) debido a su probada resistencia a la filoxera, sobre las que se injertan las variedades europeas de la vid (vitis vinífera).
Aunque se habla de cepas viejas a partir de los 30-40 años y este concepto se refleja a menudo en la etiqueta del vino como un valor añadido que incentiva la compra, existen en España viñedos mucho más antiguos supervivientes de la plaga que asoló Europa. Hablamos de los viñedos prefiloxéricos o de pie franco, plantados directamente en el suelo sin la ayuda de las vides americanas.
Uno de los ejemplos más representativos de estas vides lo encontramos en Chile, prácticamente el único país del mundo que no sufrió el ataque del parásito. Entre otras razones, las fronteras naturales del país, con el desierto de Atacama al norte, los glaciares de la Patagonia al sur, los Andes al este y el océano Pacífico al oeste, supusieron una barrera infranqueable para el desarrollo de este insecto tan devastador.
No debemos olvidar que en una botella de buen vino hay algo más que vino, hay una conexión directa con la historia y las generaciones que nos precedieron. Deberíamos proteger y mimar con ahínco nuestro patrimonio vitícola para dejarlo en buena sintonía para generaciones posteriores.