Una de las grandes virtudes, sino la mayor, de las grandes zonas vitícolas del mundo es la capacidad de elaborar vinos de guarda. Abrir una botella después de quince, veinte… o incluso cincuenta años desde que se vendimiaron las uvas son satisfacciones difícilmente equiparables con cualquier otro producto de consumo y que, desde luego, enorgullecen a cualquier bodeguero.
En España, quizá sea ese potencial demostrado a lo largo de siglos de elaboración el que distingue a Rioja sobre el resto de zonas vitícolas, de más reciente expansión y trayectorias por tanto mucho más cortas en la elaboración de vinos de calidad. En todo caso, lo primero que hay que saber es que no todos los vinos son de guarda.
Normalmente, tintos, blancos y rosados frescos de la última cosecha suelen consumirse al año siguiente de su vendimia, aunque por supuesto no todos son iguales. Especialmente en el caso de los blancos, mucha gente piensa que para el segundo año ya habrán perdido buena parte de la ‘chispa’ que se les pide, pero hay variedades de uva, como por ejemplo la godello, típica de Valdeorras, que ha demostrado una magnífica evolución en botella. También es el caso de la verdejo, al menos con una elaboración como hacemos con nuestro Finca Montepedroso que, aún sin pasar por madera, criamos durante meses en depósito con sus propias lías para ganar en volumen de boca y complejidad de forma que el vino no sólo aguantará, sino que se mostrará más complejo en años posteriores a su embotellado. Es decir, podemos hablar de una curva ascendente también en determinados vinos blancos.
La viura es otra de las variedades que gana también en botella. Es el caso, por supuesto, de los blancos tradicionales riojanos, criados o fermentados en madera, que se expresan mejor en años posteriores, incluso varios y, en algunas elaboraciones muy especiales, hasta décadas con posterioridad. La crianza de blancos, en depósito con sus lías y en madera, se está extendiendo también en otras zonas vitícolas hasta el punto de que puede hablarse de una nueva tendencia en la elaboración de blancos hacia ese mayor volumen y complejidad, lo que implica que los colores pálidos, tan de moda en los últimos años, empiezan a dejar de ser tan demandados en favor de una mayor contundencia, volumen en boca, y personalidad de los blancos.
En el caso de los tintos, hay también un evidente cambio de tendencia en la elaboración. Las ‘bombas’ tánicas, con crianzas en robles nuevos, incluso con doble roble nuevo y con altos tostados, tan de moda en la primera década del milenio, han pasado a la historia. La capacidad de guarda de los vinos está directamente relacionado con la concentración de polifenoles: las uvas deben producirlos, el enólogo debe ser capaz de extraerlos en bodega y la barrica, mediante la microoxigenación, debe polimerizarlos.
La obsesión por la sobreextracción para lograr esos vinos tan potentes era un enemigo de la garantía de guarda de los tintos porque implicaba importantes desequilibrios en parámetros básicos como la acidez o el pH. En Familia Martínez Bujanda, y especialmente con toda la gama de Rioja, siempre hemos trabajado pensando en ofrecer a nuestros clientes vinos que evolucionen claramente a lo largo del tiempo y en los que, aunque quede mucho recorrido por delante, salgan de la bodega en perfectas condiciones para su consumo inmediato.
Nuestro exponente de larga guarda es Finca Valpiedra, un vino al que mínimamente le concedemos una vida de al menos veinte años para un consumo óptimo. La capacidad de envejecimiento es una de las grandes virtudes del tempranillo y permite al consumidor disfrutar de un vino intenso y con muy alto contenido en fruta en sus primeros años de vida y de un vino aún frutal, pero más complejo y reposado a medida que pasa el tiempo en la botella. Como la vida misma.